En cierta ocasión. durante una elegante recepción de bienvenida al nuevo director de marketing de una compañía londinense, algunas de las esposas de los otros directores, que querían conocer a la esposa del festejado, le preguntaron con cierto morbo: ¿Te hace feliz tu esposo, verdaderamente te hace feliz?El esposo, quien no estaba en ese momento a su lado, pero sí lo suficientemente cerca para escuchar la pregunta, prestó atención a la conversación e incorporó ligeramente su postura, en señal de seguridad y hasta hinchó un poco el pecho, orgullosamente, pues sabía que su esposa diría que sí, ya que ella jamás se había quejado durante su matrimonio.
Sin embargo, para sorpresa suya y de los demás, la esposa respondió con un rotundo: No, no me hace feliz.
En la sala se hizo un incómodo silencio como si todos los presentes hubieran escuchado la respuesta de la mujer. El marido estaba petrificado. No podía dar crédito a lo que su esposa decía, y menos en un momento tan importante para él.
Ante el asombro del marido y de todos, ella simplemente se acomodó enigmáticamente sobre su cabeza su elegante chalina de seda negra y continuó:
No, él no me hace feliz… Yo soy feliz! El hecho de que yo sea feliz o no, no depende de él, sino de mí. Yo soy la única persona de quien depende mi felicidad. Yo determino ser feliz en cada situación y en cada momento de mi vida, pues si mi felicidad dependiera de otra persona, de otra cosa o circunstancia sobre la faz de la tierra, estaría en serios problemas.
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